—Señora, las jaulas están listas, podemos encender el fuego. El pequeño artesano de forja mantenía una postura erguida y orgullosa, mientras transformaba los pensamientos en palabras.
—Proceded, con un poco de suerte y la ayuda del dios Kauil, podremos fundir todo el acero necesario para nuestro ejército marítimo, en el tiempo requerido.
—Sé que me estoy adentrando en temas peliagudos, fuera de mi incumbencia, pero…
—¡Yoltzin!, ¿continúas con tus tediosas preguntas? —Como dos balas de cañón, sus ojos negros enfurecidos se clavaron en el corazón de su discípulo más habilidoso.
—Señora de guerra, todos hemos trabajado duro para conseguir los objetivos de los dioses; al menos, concedednos el honor del conocimiento, le prometo que trabajaremos con más audacia y premura.
—Está bien, me imagino que el secreto no perdurará por siempre. Los jefes de guerra más poderosos reunieron a los clanes por todo el mundo conocido; con nuestra fuerza e ingenio enlazados, podemos contrarrestar la amenaza de los falsos dioses. Nuestro deber de vida es cumplir el cometido de los verdaderos.
A ojos del audaz artesano la princesa parecía una auténtica diosa. Portaba un gran casco de plumaje verde y una armadura plateada, su aspecto empequeñecería a cualquier ser viviente, incluido a los poderosos guerreros jaguar.
—¿Todas las tribus unidas? ¿Vamos a combatir? ¿Qué cometido?
—En ocasiones, la curiosidad es más grande que el temor a las represalias, ¿verdad? Demasiadas preguntas, Yoltzin, si funcionan los altos hornos podré comentar más detalles.
—¡Bien!, no se hable más. ¡Alimentad a las bestias! —A la orden del capataz, algunos obreros arrastraron grandes piezas de pescado fresco hasta una cavidad oscura, en un habitáculo recubierto de barrotes, ubicado cerca de los hornos. Poco después, una gran pezuña roja con garras inmensas apareció, arrastrando su presa dentro de la cavidad.
—¡Todo preparado, maestro! Comentó uno de los obreros que parecía dar órdenes sobre el resto.
—¡Todos a sus puestos! Comencemos.
Algunos se acercaron a los altos hornos, arrojando metales en su interior, otros se preparaban con utensilios extraños como recipientes de cocina gigantes. Un poco más alejado, en los cimientos de piedra, se encontraban los moldes para enfriar el metal con forma de espadas, armaduras, cañones y todo tipo de herramientas de combate.
Varios guerreros águila aparecieron de la abrupta selva, con lanzas gigantescas, clavando sus puntas de piedra brillante con firmeza a las bestias aladas, atravesando sus duras escamas. Inmediatamente después, las bestias, entre gemidos, expulsaron ingentes cantidades de llamas abrasadoras de sus fauces, derritiendo el metal, como estaba previsto.
—Funciona, princesa. Fabricaremos todo el material de guerra necesario.
Los rasgos de la cara de su grandiosa líder cambiaron, ahora parecía una dulce, amable y segura señora, se palpaba su satisfacción.
—No esperaba menos, has cumplido. Obtendrás tu obsequio recubierto de conocimiento. Escucha con atención, gran artesano:
Hemos reunido a las tribus mayores y menores del continente, embarcaremos con más de un millón de guerreros, en los nuevos navíos fabricados para navegar por el mar eterno. Iremos a ver a los dioses, si en nuestra travesía encontramos a los falsos dioses, los derrotaremos, como ellos han intentado hacer con nosotros y conquistaremos sus tierras, en nombre de Quetzalcóatl. Las estrellas serán testigo, las hazañas quedarán grabadas para siempre. Cambiaremos la historia en una épica y fantástica realidad alternativa.
—¿Realidad alternativa?
—Siento que tu agudeza no sea suficiente para entender lo que menciono, he sido testigo de tiempos dolorosos, confía en mí.
Una gota de agua se deslizó desde el ojo hasta la cicatriz en la mejilla de la bella mujer.
—Has vislumbrado un nuevo y grandioso destino, si los dioses te han bendecido con visiones, no necesito saciar más mi curiosidad; trabajaremos sin descanso, princesa guerrera.
—Eso espero, Yoltzin.
—¡Destino y vida por Donaji!
Su grito retumbó por todo el valle, escuchándose a una distancia de miles de pasos.
[…] Finalmente, el valle respondió:
—¡Destino!
—¡Vida!
—¡Destino y vida!
—¡Por Donaji!