Hubo una vez, un pájaro en cautividad que se armó de valor y abrió su jaula para explorar lo desconocido.
El exterior le fascinó, llenó su mente de grandes aventuras, descubrió pájaros libres y encerrados con situaciones aún más difíciles que la suya.
No obstante, cada noche volvía a casa, ya que sus amos se podrían preocupar.
Pasó el tiempo y el pájaro se hizo más valiente. Decidido a cambiar de jaula con amos más ricos que le dieran más cuidados, se escapó.
Los demás animales de la casa comentaban que estaba loco. Aun así, pese a las dudas, ejecutó su plan y encontró un hogar mejor.
Sus antiguos amos, lejos de preocuparse, se enfurecieron y no le buscaron; aprendiendo su primera lección importante: los amos no te cuidan, te apresan por egoísmo.
Todo le iba bien al pájaro, tenía más libertad, mejor comida y mejores cuidados; a cambio, solo tenía que prestar un trozo de vida, como siempre, aunque ahora, mejor compensada.
No fue suficiente, volvió a escaparse para encontrar un lugar más adecuado. Lo encontró, pero no fue suficiente, volvió a escaparse…
Por último, el pájaro llegó a un parque natural y quedó satisfecho, ya que estaría físicamente libre durante el resto de su vida.
Viejo y moribundo, se convenció de que su vida había sido plena, gracias a sus esfuerzos, hasta que observó a un pájaro joven llorando en uno de los árboles y se acercó a preguntar.
—¿Qué te ocurre, muchacho?
—Me hice daño en el ala, me trataron y me apresaron aquí.
—No llores, te están ayudando. Yo nací en una jaula y me esforcé mucho para llegar hasta aquí. No es tan malo.
—Probablemente para usted no lo sea, yo vivo en auténtica libertad, con más peligros, pero sin tener que ceder tiempo de vida.
El pájaro, mientras escuchaba las palabras del jovenzuelo, recordó que nunca se había sentido libre del todo. Regalando pequeñas porciones de tiempo, su vida llegaba a su fin, sin alcanzar su objetivo.
Cayó en la cuenta: desde su primera escapada, hubiera sido libre, solo tenía que salir volando sin un destino concreto. El miedo a la pérdida de seguridad siempre le frenó.
—Nos escaparemos en cuanto te cures.
—Usted está muy mayor, no puede…
—Perdona, muchacho, sí puedo. He pasado toda mi vida buscando y gracias a ti me he percatado de que es muy fácil. Tengo que estar dispuesto a dejar mi vida en manos del destino, en vez de regalar pequeñas porciones.
—Efectivamente, señor, ese es el precio de la libertad.