PRIMERA RESOLUCIÓN
Autor: Samuel Papí Gálvez
Coautora: María Cascales Andrés, historiadora.
—Debemos retirarnos hacia el sur; desde la batalla de Hidaspes, los hombres se están amotinando, están agotados y tienen miedo. ¡Volvamos para recuperar fuerzas!
—Coeno, hemos llegado hasta aquí por nuestra determinación. ¡Si volvemos, no regresaremos!
—Entiendo, pero una derrota acabaría con todo lo que hemos construido hasta ahora, no permita…
—¿Dudas de mi juicio?
—No, por supuesto que no, solo digo que nuestras fuerzas están al límite.
—Puede que tengas razón.
—¡Mis señores! Tengo nuevas noticias.
—¿Un explorador? Es una reunión privada, ya puede ser algo muy importante para interrumpirnos o atente a las consecuencias.
—Lo siento, pero mi pequeño grupo y yo partimos a ubicaciones diferentes hace varios amaneceres y conseguimos información acerca del enemigo, acabamos de volver.
—¿Quién dio la orden?
—Yo mismo.
—¿Y tú eres?
—Eso no es relevante…, si me permite explicarme.
—¡Habla de una vez! Igual salvas la vida.
—Uno de mis exploradores me informa de que una gran horda de guerreros se dirige hacia aquí; por algún motivo cambiaron su posición defensiva a la ofensiva. —«Debe ser cosa del otro grupo enemigo. Espero convencerlos, es la única posibilidad de ganar, ¡maldita sea!».
—Con mayor motivo todavía. Necesitamos retirarnos hacia el sur.
—Espera, me parece que nuestro invitado tiene algo más que decir.
—Otro de mis exploradores consiguió información sobre la dinastía Nanda; al parecer, subyugan muchos pueblos de guerreros que se alzarían en su contra, pero este hecho por sí solo no sería suficiente para desestabilizar los ejércitos del otro lado del río Ganges. Necesitamos ayuda y la clave se encuentra en el norte. Dos enviados informan que han conseguido contactar con las tribus norteñas de las montañas, están dispuestos a ayudarnos. Hay un poderoso reino mucho más al este que tiene mercancías valiosas y grandes guerreros, podríamos tener intereses comunes.
—Suena demasiado bien. ¿Cuál es el problema?
—El reino Quin se encuentra muy lejos, tardaríamos varias estaciones caminando por los angostos caminos de las grandes montañas nevadas. Por si fuera poco, son tribus religiosas de la gran montaña; para ellos es «la madre del mundo». Si queremos que nos guíen, tendremos que permitir que lleven a cabo sus antiguos rituales, para apaciguar a los dioses de las montañas.
—Si existe alguna posibilidad de seguir con nuestra conquista debo aprovecharla. Seas quien seas, gracias por la información. Prepárate, nos acompañarás en el viaje.
—¿No estarás pensando en enviar a las falanges por esos caminos? Morirán congelados o asaltados por las tribus, y los leales que nos quedan desertarán.
—Mi querido amigo, no pienso llevar a los hombres cansados en un viaje tan largo ni dejarlos aquí a su suerte. Tú guiarás al ejército hacia el sur; encuentra el mar, envía a los heridos y a los más afectados a sus hogares; con el resto, funda una ciudad y defiéndela con tu vida hasta que vuelva.
—Lo que ordene… Espero que tenga cuidado, es un viaje muy largo y le necesitamos.
—Me llevaré a un centenar de los guerreros hipaspistas de élite más fuertes y leales, me seguirán ligeros, hasta la muerte si es preciso. Nos comunicaremos cada dos lunas a través de los guías de las tribus. Prometo llegar sin ser visto y encontrar aliados.
—Una idea brillante. ¡Eterno, Alejandro Magno!
«Enhorabuena, habéis sido seleccionados».
SEGUNDA RESOLUCIÓN
Autor: Samuel Papí Gálvez
Coautora: María Cascales Andrés, historiadora.
—Mi señor, las obras del canal avanzan favorablemente. —«Ya tengo alguna buena noticia que darle; al parecer, desde la destrucción del puente anterior no está de muy buen humor, ¡como para estarlo!».
—Perfecto, ¡por fin los dioses nos son favorables!
—Los rituales de latigazos efectuados han sido propicios. —«¿Rituales? ¡Ja! Gracias a los amplios conocimientos de María en la Edad Antigua y su arquitectura, hemos podido ir mucho más rápido de lo normal en la construcción, sin llamar demasiado la atención. Espero que sea suficiente para sorprender a nuestros competidores».
—Es posible, veremos cómo evoluciona la construcción, la tormenta destruyó el anterior en el último momento.
~Claro, no estábamos nosotros.
—¡Alza la voz!
—Ejem… Decía que es una gran construcción, nunca se había visto algo similar. Los griegos no pueden ni imaginar que vayamos a evitar el valle de Tempe, y mucho menos que nuestros barcos puedan ser transportados por un canal, no esperarán nuestra llegada.
—No seas ingenuo, nos esperan desde que mi padre Darío fue derrotado; es sabido que debo reparar esa afrenta. Lo que no sabrán será nuestro cambio de recorrido.
—Nuestras tropas cruzarán el Helesponto sin mojarse los pies. La hazaña será recordada eternamente y se narrarán grandes epopeyas. […]
—Mi rey, las obras han finalizado, nuestra flota ya está cruzando el canal y las tropas pueden comenzar a atravesar el puente cuando lo desee.
—No esperemos más, ordena la marcha.
—Señor.
—¿Qué otro asunto te retiene?
—Debo informar que los emisarios enviados a las ciudades‑estado griegas, reclamando tierra y agua, han obtenido resultados muy favorables.
—¿Eso es todo?
—Las ciudades de Atenas y Esparta no han aceptado la sumisión. —«Los rumores son que los atenienses han juzgado y posteriormente ejecutado a nuestros hombres, los espartanos los han arrojado directamente a un pozo; o puede que sea obra del grupo rival. En cualquier caso, los griegos eran un pueblo extraño, tan parecidos entre ellos y, a la vez, tan diferentes».
—Si los emisarios han llegado al campamento quiero noticias de primera mano.
—Algunos ya están de vuelta.
—Especialmente me interesan los de Atenas y Esparta.
—Perdone, eh…, los que requieres no han llegado, hay indicios de su posible ejecución.
—Pagarán cara su desfachatez, arrasaremos sus ciudades con fuego y cortaremos sus cabezas con nuestros májairas. ¿Alguna buena noticia?
—Sí. Un lacayo de mi confianza confirma que los atenienses tienen un plan de contingencia; se refugiarán en las islas colindantes, escondiendo sus flotas en Salamina. Nuestra gran fuerza naval tendrá desventaja en esos estrechos.
—Trazaremos una nueva ruta, contrarrestando sus planes. ¡Caerán bajo nuestro yugo!
—¡Viva Jerjes el grande! —«Debo seguir en el papel. Entiendo que es una recreación en cúbits, pero este tipo reacciona como si fuera real, y eso que lleva milenios siendo pasto de los gusanos».
—¡Inmortales, marchad primero! Hemos de cruzar las Termópilas antes de que lleguen noticias de nuestro avance. ¡Esparta y Atenas son las ciudades más fuertes! Si no caen, perderemos el territorio conquistado, y quién sabe cuántos pueblos intentarán rebelarse.
Perdimos muchos años por los levantamientos jonios y más tarde pacificando Egipto. Ahora estamos de nuevo aquí, y gracias al ingenio persa se ha levantado una majestuosa estructura en muy poco tiempo. ¡No estarán preparados! ¡Debemos terminar la conquista!
¡Avanzad!
«Enhorabuena, habéis sido seleccionados».